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  • La Era Española (1508 a 1898)

    Los europeos llegaron a Puerto Rico durante la década de 1490; a principios del 1500, ya había comenzado la colonización en los valles de los ríos que brotan de la sierra de Luquillo. En aquel momento, los aborígenes de la isla estaban en conflicto. Poco tiempo después, se encontró oro en las arenas de los ríos Blanco, Canóvanas, Espíritu Santo, Fajardo, Grande, Mameyes, De la Mina, Prieto y Sabana. El primer descubrimiento se produjo en 1509, y la minería de placeres se puso en marcha en el Río Fajardo y el Río Blanco alrededor del año 1513. La minería fue la actividad económica más importante de la isla durante principios del siglo XVI, incluso en las montañas del Este. El período de mayor actividad minera finalizó alrededor del año 1530 cuando atacaron e incendiaron las casas de los mineros. El trabajo forzado, las enfermedades introducidas, las confrontaciones y las migraciones devastaron la población indígena de la isla hacia mediados del 1500. Hasta 1582, los colonizadores reportaban que las montañas no eran seguras porque seguían ocupadas por grupos hostiles. La minería continuó en el siglo XX a lo largo de varios ríos, incluso el Río Mameyes, donde se buscó oro en la cuenca alta hasta 1870 y debajo del puente conocido como Puente Roto hasta 1946. A nivel local, la minería tuvo impacto en las montañas. Los campos mineros dependían de la tala de árboles para la construcción de túneles, diques, canales, cabañas de protección, corrales para el ganado, leña y el transporte de los equipos (Anderson-Córdova, 2005). A lo largo de este período, los españoles usaron la resina de la Dacryodes excelsa para calafatear la madera de sus barcos.


    Durante los años 1600, Puerto Rico permaneció aislado con solo tres áreas pobladas y residentes que vivían del contrabando. En la década de 1730, se introdujo y se plantó café en las laderas más bajas de la sierra de Luquillo. Entre los años 1772 y 1890, se produjo el asentamiento de ocho poblados alrededor de la sierra de Luquillo, con la mayor afluencia después de 1820. En 1815, la Cédula de Gracias concedió terrenos de la Corona sobre la isla para el desarrollo agrícola a fin de estimular la economía local a través de nuevas granjas y negocios. Durante la década de 1830, algunos de los terrenos puestos a disposición se ubicaban en la sierra de Luquillo. Entre mediados de la década de 1830 y mediados de la década de 1890, se talaban árboles de las laderas más bajas de las montañas, incluso en las cuencas de Bisley, Jiménez y Mameyes, y se exportaba a través del poblado costero de Luquillo. Se plantaban cultivos de subsistencia a medida que los terrenos de la Corona disminuían en la zona. No obstante, desde 1839, los españoles expresaron su preocupación respecto de la protección de los bosques, los peces y la vida silvestre de las montañas. En 1853, se enviaron dos silvicultores españoles a investigar y administrar los terrenos de la Corona, incluidos aquellos en la sierra de Luquillo. El siglo XIX en Puerto Rico se caracterizó por un rápido incremento de la población, una mayor demanda de tierras agrícolas, prácticas agrícolas deficientes, constantes conflictos políticos, una falta de comunicación entre los centros metropolitanos y la población rural, y la escasez de personal y presupuesto para las actividades forestales. Todo esto generó una dramática reducción de la superficie forestal de la isla (Domínguez Cristóbal, 1989).

     

    En 1876, El rey español Alfonso XII proclamó el bosque en la sierra de Luquillo una reserva de 10,000 hectáreas (24,710 acres), donde la conservación del suelo y del agua, y la extracción de madera

    eran reguladas y exigidas por la Inspección de Montes, lo que hoy convierte al bosque en una de las reservas forestales más antiguas del hemisferio occidental.

     

    En 1885, se asignó un guardabosque para patrullar la sierra de Luquillo. En aquel momento, los problemas de transporte eran el motivo principal que desalentaba la explotación de madera.